Reconocer, aceptar y aprender de los errores nos hace humanos; una reflexión sobre las caídas, las risas y la resiliencia personal.
PINTO/23 NOVIEMBRE 2024.- Hablar de los errores no es sencillo. Admitirlos, mucho menos. Sin embargo, cada uno de nosotros lleva una maleta llena de meteduras de pata, equivocaciones y decisiones apresuradas que, con el tiempo, se convierten en pequeñas lecciones de vida. En una conversación franca, hemos reflexionado sobre nuestros errores, esos que a veces ocultamos por vergüenza o por el temor al juicio de los demás, pero que inevitablemente nos moldean.
Uno de los mayores retos que enfrentamos es aprender a confiar (o no confiar) en las personas adecuadas. Confesar demasiado, contar detalles que asumimos inofensivos, confiar ciegamente en quien no debemos… Todos hemos caído en esa trampa. Y aunque parezca increíble, también está el error opuesto: no abrirnos lo suficiente, mantenernos herméticos, alejando a quienes realmente quieren entendernos. Ambas caras tienen algo en común: nos enseñan a ser más prudentes, pero sin perder la autenticidad.
Otro gran aprendizaje es aceptar que cometer errores forma parte del camino para crecer. “No hay errores si no haces nada”, dice la voz de la experiencia. Vivir implica arriesgarse, opinar, crear, organizar, e inevitablemente equivocarse. Quienes no se mueven, quienes permanecen en una cómoda inercia, quizá no cometan grandes fallos, pero tampoco vivirán grandes éxitos.
Una cuestión recurrente es la importancia de aprender a decir “no”. ¿Cuántas veces nos hemos visto atrapados en problemas ajenos por miedo a desagradar? Actuar para complacer a todo el mundo es una receta para el agotamiento y, lo peor, para traicionarnos a nosotros mismos. Decir “no” no es un acto egoísta; es un gesto de amor propio.
También es crucial aprender a reírnos de nosotros mismos. Ese instante en el que subimos al metro en dirección contraria o nos adelantamos en una conversación creyendo saberlo todo, y nos damos cuenta del error, nos recuerda nuestra humanidad. Lo que hoy nos avergüenza, mañana será una anécdota para contar entre risas.
Finalmente, reconocer que nuestra percepción de los errores varía dependiendo del contexto y las personas involucradas. Somos más indulgentes con quienes queremos, pero a veces implacables con nosotros mismos. Es hora de cambiar esa narrativa: aceptar que errar es humano, pero aprender de los errores es una decisión que solo nosotros podemos tomar.
Así que vivamos, tropecemos, aprendamos, y, sobre todo, sigamos adelante. Porque si algo es seguro, es que los errores son inevitables, pero también indispensables para crecer.